Amanece, una opacidad metálica
resiste
al paso del sol.
Debe
haberlo amenazado con tanta malevolencia que él,
-aun
sabiendo toda su energía, su innegable responsabilidad con la vida en esta
tierra-,
se
esconde, se envuelve en sus fulgores, ahora apenas tibios
Más
tarde, sin esforzarse demasiado
tan
solo por la lógica de lo que vive y se trasciende,
llega
hasta nosotros
Se diría que sus rayos, jubilosamente recibidos,
parecen
aquellos jóvenes
que vuelven del exilio.
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