Otra vez la pobre planta apareció sin hojas.
¿Dónde las insaciables hormigas? ¿Los caracoles?
Ahí, oculta bajo un trozo de corteza muerta y húmeda de un
árbol que tal vez vive: la babosa, saciada.
Ella hacía aquello para lo que estaba destinada
vivir, comer, morir.
No pensé que en esa ecuación era yo la cara de la muerte
ni dudé cuando con asco la aplasté en el suelo, tan solo agua dispersa en el camino de piedras
ni se me ocurrió, hasta ahora, que también yo
aplastada,